Pensamientos aéreos
El avión tembló alto. Los cuadrados terrestres se volvieron
remolinos. Pudimos escuchar algún grito que avasalló la música. El aire espeso
quemaba todo. Ya no era flotar, pero tampoco ahogarse. Porque el horizonte seguía ahí, más cercano que
nunca, abrazándonos, recordándonos nuestros rostros vivos, viéndonos desde su
inmensidad. Pero ¿y qué si de un
instante al otro la noche invadiera nuestros cuerpos en caída? Si es que
realmente se trata de una oscuridad, o por qué no de una luz enceguecedora? Si
ya no fuésemos, al menos acá y ahora. Si ya no sintiésemos, ni el frío ni el
calor. Si ya no escuchásemos, ni el silencio ni nuestra voz. Si de golpe
abandonásemos nuestra búsqueda de la felicidad, o del éxito, o tan solo de un
sentido para vivir. ¿Tendremos un sentido para vivir? ¿La gente sigue
empecinada por encontrarlo? Te perdés, todos se pierden. Caminan en círculo
alrededor de deseos ajenos. Y en un abrir y cerrar de ojos todo lo conocido,
todas nuestras luchas pasan a ser ¿un recuerdo?, a veces ni siquiera eso. Te
aferrás, todos se aferran. A personas, a cosas, a ideales que no van a
agarrarte en la caída. Pero raramente se aferran a uno mismo, el único testigo
de lo vital. Te encerrás, todos se encierran. Inventan cárceles de cartón donde
están más libres que en el rutinario exterior. Cárceles de pasto y de
sentimientos de película, de amores y sueños inalcanzables. Y quizás ahí, en el
punto más íntimo de uno, es donde encontrás el sentido a todo lo pasado y a
lo que pueda pasar. Porque a fin de cuentas y pese a nuestra insignificancia,
nadie más va a manejar el avión. Que cada uno dirija su propio vuelo y elija
por qué aires viajar, y qué nubes evitar. Quizás así, podamos sentir que caer es
casi como volar.
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