Viaje de larga distancia

Hoy ví mi muerte.
Y no, no estaba soñando.
Cerré los ojos, y la ví.
De pronto
Tan nítida
Tan clara
Tan cerca
Tan real
y fulera.

Sentí miedo.
No me gustó lo que ví.
Tampoco me gustó mucho abrir los ojos y ver que seguía viajando en un micro larga distancia doble piso en medio de váyase a saber qué ruta bonaerense. ¿Creés en las señales? Yo no. O eso trato. O quizás sólo me autosumergo en escepticismo para no tener que lidiar con las cosas que sé que no puedo entender. Elijo creer en que simplemente fue el mal flash tras ver días y días en el noticiero todos esos casos de micros volcados en temporada alta. Es febrero y qué mes de mierda para morirse. No sólo le arruinás las vacaciones a tu gente, sino que de alguna manera les estás obligando desde el más allá a reunirse hacinados muertos de calor en un cuartucho a observar por horas eternas a un cadáver, mi cadáver. Y todo esto porque efectivamente nadie va a recordar que odio los velorios, y hasta muerta se va a hacer lo que así dicte mi señora madre. Pero para quien lea esto, tome nota: no quiero velorio. Sin embargo, en mi visión lo vi. Toda la ceremonia, la parafernalia del luto, oraciones, mocos, llanto, recuerdos y dolor de cabeza. Lo peor: el olor rancio a flores marchitándose, el catering que ofrecen de sanguchitos de miga con todos los bordes duros porque nadie los come, y yo ahí en el medio de todo ese espectáculo encajonada tiesa y con la boca abierta. Sí, tal y como duermo. Babeada y con la boca tan abierta como para que me entren todas las moscas y mosquitos del país. Y como si todo eso aún fuera poco motivo para odiar los velorios, también tenemos que hablar de la plata. El negocio. En medio de toda la vorágine emocional, tu familia garpando obligatoriamente cajón, cajita, traslado, entierro, hospedaje, todo. Dicen que la vida no tiene precio pero aparentemente la muerte sí, y uno bastante caro. Me indigno. 
Cajón 
Velorio
Transpiación
Sanguchitos 
Bordes duros
Coche fúnebre
Derroche
Flores
La Chacarita
Bueno, al final la muerte termina siendo más un viaje para el otro que para uno.
 
¿En qué estábamos? Ah sí, las señales. No creo en ellas. Pero si lo hiciera (cosa que no hago), pero si HIPOTÉTICAMENTE creyera, seguramente este sea un mensaje de la vida diciéndome que deje de romper tanto las pelotas con que me quiero morir, porque cuando pase, por ahí no va a estar tan bueno. 

Hoy ví mi muerte.
Y no, no estaba soñando.
Cerré los ojos, y la vi
De pronto
Tan nítida
Tan clara
Tan cerca
Tan real
Y fulera.

Mejor me abrocho el cinturón y sigo durmiendo con la boca abierta. 

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