Microrrelato

José abre los ojos por inercia un día más. Los abre como todas las mañanas de los últimos seis meses, tiempo que lleva habitando aquel cuarto. Aunque a veces siente que es en realidad el cuarto quien lo habita a él. Como si fuera más lugar que persona y se prestara para que aquellas cuatro blancas paredes hagan su vida por encima de él. Como si las manchas de humedad se escurrieran desde los zócalos hacia su cuerpo inmóvil. Como si los pedazos de pintura descascarada llovieran desde el techo hasta cubrirlo más que sus propias sábanas. Como si el incisivo aroma de la madera pudriéndose se convirtiera en su perfume favorito de uso diario. José a veces no sabe qué día es, ni en qué año vive; pero definitivamente sabe que ese cuarto tiene más vida que él. Desde esa tumba que es su cama mira el correr de los días plasmado en el mapamundi de manchas negras que lo miran directamente desde el techo. Las goteras que fluyen a sus costados como abrazándolo son su huésped favorito. El inconfundible sonido de las agujas del reloj musicaliza el ambiente al mismo tiempo que juega a las carreras con los latidos de José. Por lo general las corcheas del aparato van más rápido que las ya agotadas pulsaciones del viejo, pero hay momentos excepcionales donde se genera una sincronía perfecta. Una concordancia melódica que lejos de ser reconfortante no hace más que dar pie al filo, filo que asecha desde las entrañas para culminar en punzada. Ese bendito pinchazo que lacera el pecho de José, que lo mata al mismo tiempo que lo revive, que lo hace abrir los ojos como todas las mañanas, vigorizado y mirando sin órbita al cielo. Cielo que en realidad es techo, techo que en realidad es radiografía, radiografía que escupe esas manchas negras de humedad arrastrándose y expandiéndose por todo el cuarto al mismo tiempo que lo hacen quizás las manchas que habitan el cuerpo interno de José. Y así, la única duda que tiene es si cuando la humedad termine de carcomer aquellas cuatro paredes, las agujas del reloj ya habrán dejado de sonar.

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