Vacío

Vacío,
eso que sentí
cuando cruzaste la puerta
de adentro hacia afuera
de mi adentro
escurriendo el pie derecho
estirándolo
hacia el otro lado,
ese lado que no es mi casa
ese lado
que de tanto encierro
califica de irreal,
irreal pero lejos
tan lejos
de mí
de mi centro
hoy descentrado
porque no estás
y siento
que yo tampoco estoy.

Que de pronto
las paredes son más anchas
y los techos son más altos
y que el pasaje del verano a otoño
se dio en un único segundo,
ese exacto segundo
que desde mi ventana
te vi cruzar la calle
cruzar el límite
cruzar las estaciones,
como si no hubiera opción
(¿acaso la hay?)
y como si todo 
se tornara irreversible
inamovible
incontenible
como este mar de lágrimas
que desborda desde un quinto piso
y se filtra por la ventana
y se escurre por debajo de la puerta
humedeciendo cada rincón
que dejaste seco.

Descomprimo en llanto
en versos,
pero las paredes 
siguen siendo anchas
y los techos altos
y el frío lacerante
penetra en mi brazos,
en mis dedos
que ya no acarician,
ahora estrangulan
aprietan
ahorcan
me ahorcan
para no sentir las distancias
ni los kilómetros de vacío
que irrigan tu ausencia;
hasta volver a llenar todo,
a llenarme
otra vez
tu desorden dentro de mi desorden
tus palabras dentro de mis palabras
tus manos dentro de mis manos
convirtiéndonos en una mamushka
cerrada y sellada al vacío.

8 AM
todavía siento en el aire
el olor a té que tomamos 
hace sólo un rato,
exceso de azúcar
exceso de melodrama
(todo lo justifica el encierro)
exceso de aire entre estas cuatro paredes,
y en la mesa todavía reposan nuestras tazas
y de pronto me siento interpelada
por ese saquito de té
machucándose en una esquina
tieso
estrujado
pinchado
dejando escapar los yuyos,
ese saquito
me recuerda a mí
esperando que la taza vuelva a llenarse
para volver a ser sabor
a ser calor
a ser algo.

Quizás entonces,
las paredes dejen de ser anchas
y los techos dejen de ser altos
y el otoño no se sienta como invierno
cada vez
que te vas.

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